Día 102
2 Reyes 4
Eliseo y el aceite de la viuda
2Re 4:1
El aceite de la viuda
La viuda de un miembro de la comunidad de los profetas le suplicó a Eliseo: —Mi esposo, su servidor, ha muerto, y usted sabe que él era fiel[a] al SEÑOR. Ahora resulta que el hombre con quien estamos endeudados ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos.
2Re 4:2 —¿Y qué puedo hacer por ti? —le preguntó Eliseo—. Dime, ¿qué tienes en casa? —Su servidora no tiene nada en casa —le respondió—, excepto un poco de aceite.
2Re 4:3 Eliseo le ordenó: —Sal y pide a tus vecinos que te presten sus vasijas; consigue todas las que puedas.
2Re 4:4 Luego entra en la casa con tus hijos y cierra la puerta. Echa aceite en todas las vasijas y, a medida que las llenes, ponlas aparte.
2Re 4:5 En seguida la mujer dejó a Eliseo y se fue. Luego se encerró con sus hijos y empezó a llenar las vasijas que ellos le pasaban.
2Re 4:6 Cuando ya todas estuvieron llenas, ella le pidió a uno de sus hijos que le pasara otra más, y él respondió: «Ya no hay.» En ese momento se acabó el aceite.
2Re 4:7 La mujer fue y se lo contó al hombre de Dios, quien le mandó: «Ahora ve a vender el aceite, y paga tus deudas. Con el dinero que te sobre, podrán vivir tú y tus hijos.»
Eliseo y la sunamita
2Re 4:8
El hijo de la sunamita
Un día, cuando Eliseo pasaba por Sunén, cierta mujer de buena posición le insistió que comiera en su casa. Desde entonces, siempre que pasaba por ese pueblo, comía allí.
2Re 4:9 La mujer le dijo a su esposo: «Mira, yo estoy segura de que este hombre que siempre nos visita es un santo hombre de Dios.
2Re 4:10 Hagámosle un cuarto en la azotea, y pongámosle allí una cama, una mesa con una silla, y una lámpara. De ese modo, cuando nos visite, tendrá un lugar donde quedarse.»
2Re 4:11 En cierta ocasión Eliseo llegó, fue a su cuarto y se acostó.
2Re 4:12 Luego le dijo a su criado Guiezi: —Llama a la señora.[b] El criado así lo hizo, y ella se presentó.
2Re 4:13 Entonces Eliseo le dijo a Guiezi: —Dile a la señora: “¡Te has tomado muchas molestias por nosotros! ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Quieres que le hable al rey o al jefe del ejército en tu favor?” Pero ella le respondió: —Yo vivo segura en medio de mi pueblo.
2Re 4:14 Eliseo le preguntó a Guiezi: —¿Qué puedo hacer por ella? —Bueno —contestó el siervo—ella no tiene hijos, y su esposo ya es anciano.
2Re 4:15 —Llámala —ordenó Eliseo. Guiezi la llamó, y ella se detuvo en la puerta.
2Re 4:16 Entonces Eliseo le prometió: —El año que viene, por esta fecha, estarás abrazando a un hijo. —¡No, mi señor, hombre de Dios! —exclamó ella—. No engañe usted a su servidora.
2Re 4:17 En efecto, la mujer quedó embarazada. Y al año siguiente, por esa misma fecha, dio a luz un hijo, tal como Eliseo se lo había dicho.
Eliseo resucita al hijo de la sunamita
2Re 4:18 El niño creció, y un día salió a ver a su padre, que estaba con los segadores.
2Re 4:19 De pronto exclamó: —¡Ay, mi cabeza! ¡Me duele la cabeza! El padre le ordenó a un criado: —¡Llévaselo a su madre!
2Re 4:20 El criado lo cargó y se lo llevó a la madre, la cual lo tuvo en sus rodillas hasta el mediodía. A esa hora, el niño murió.
2Re 4:21 Entonces ella subió, lo puso en la cama del hombre de Dios y, cerrando la puerta, salió.
2Re 4:22 Después llamó a su esposo y le dijo: —Préstame un criado y una burra; en seguida vuelvo. Voy de prisa a ver al hombre de Dios.
2Re 4:23 —¿Para qué vas a verlo hoy? —le preguntó su esposo—. No es día de luna nueva ni sábado. —No importa —respondió ella.
2Re 4:24 Entonces hizo aparejar la burra y le ordenó al criado: —¡Anda, vamos! No te detengas hasta que te lo diga.
2Re 4:25 La mujer se puso en marcha y llegó al monte Carmelo, donde estaba Eliseo, el hombre de Dios. Éste la vio a lo lejos y le dijo a su criado Guiezi: —¡Mira! Ahí viene la sunamita.
2Re 4:26 Corre a recibirla y pregúntale cómo está ella, y cómo están su esposo y el niño. El criado fue, y ella respondió que todos estaban bien.
2Re 4:27 Pero luego fue a la montaña y se abrazó a los pies del hombre de Dios. Guiezi se acercó con el propósito de apartarla, pero el hombre de Dios intervino: —¡Déjala! Está muy angustiada, y el SEÑOR me ha ocultado lo que pasa; no me ha dicho nada.
2Re 4:28 —Señor mío —le reclamó la mujer—, ¿acaso yo le pedí a usted un hijo? ¿No le rogué que no me engañara?
2Re 4:29 Eliseo le ordenó a Guiezi: —Arréglate la ropa, toma mi bastón y ponte en camino. Si te encuentras con alguien, ni lo saludes; si alguien te saluda, no le respondas. Y cuando llegues, coloca el bastón sobre la cara del niño.
2Re 4:30 Pero la madre del niño exclamó: —¡Le juro a usted que no lo dejaré solo! ¡Tan cierto como que el SEÑOR y usted viven! Así que Eliseo se levantó y fue con ella.
2Re 4:31 Guiezi, que se había adelantado, llegó y colocó el bastón sobre la cara del niño, pero éste no respondió ni dio ninguna señal de vida. Por tanto, Guiezi volvió para encontrarse con Eliseo y le dijo: —El niño no despierta.
2Re 4:32 Cuando Eliseo llegó a la casa, encontró al niño muerto, tendido sobre su cama.
2Re 4:33 Entró al cuarto, cerró la puerta y oró al SEÑOR.
2Re 4:34 Luego subió a la cama y se tendió sobre el niño boca a boca, ojos a ojos y manos a manos, hasta que el cuerpo del niño empezó a entrar en calor.
2Re 4:35 Eliseo se levantó y se puso a caminar de un lado a otro del cuarto, y luego volvió a tenderse sobre el niño. Esto lo hizo siete veces, al cabo de las cuales el niño estornudó y abrió los ojos.[c]
2Re 4:36 Entonces Eliseo le dijo a Guiezi: —Llama a la señora. Guiezi así lo hizo, y cuando la mujer llegó, Eliseo le dijo: —Puedes llevarte a tu hijo.
2Re 4:37 Ella entró, se arrojó a los pies de Eliseo y se postró rostro en tierra. Entonces tomó a su hijo y salió.
Eliseo purifica el potaje venenoso
2Re 4:38
El milagro de la comida
Eliseo regresó a Guilgal y se encontró con que en esos días había mucha hambre en el país. Por tanto, se reunió con la comunidad de profetas y le ordenó a su criado: «Pon esa olla grande en el fogón y prepara un guisado para los profetas.»
2Re 4:39 En eso, uno de ellos salió al campo para recoger hierbas; allí encontró una planta silvestre y arrancó varias frutas hasta llenar su manto. Al regresar, las cortó en pedazos y las echó en el guisado sin saber qué eran.
2Re 4:40 Sirvieron el guisado, pero cuando los hombres empezaron a comerlo, gritaron: —¡Hombre de Dios, esto es veneno![d] Así que no pudieron comer.
2Re 4:41 Entonces Eliseo ordenó: —Tráiganme harina. Y luego de echar la harina en la olla, dijo: —Sírvanle a la gente para que coma. Y ya no hubo nada en la olla que les hiciera daño.
2Re 4:42
Alimentación de cien hombres
De Baal Salisá llegó alguien que le llevaba al hombre de Dios pan de los primeros frutos: veinte panes de cebada y espigas de trigo fresco.[e] Eliseo le dijo a su criado: —Dale de comer a la gente.
2Re 4:43 —¿Cómo voy a alimentar a cien personas con esto? —replicó el criado. Pero Eliseo insistió: —Dale de comer a la gente, pues así dice el SEÑOR: “Comerán y habrá de sobra.”
2Re 4:44 Entonces el criado les sirvió el pan y, conforme a la palabra del SEÑOR, la gente comió y hubo de sobra.
2 Reyes 5
Naamán sanado de la lepra
2Re 5:1
Eliseo sana a Naamán
Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era un hombre de mucho prestigio y gozaba del favor de su rey porque, por medio de él, el SEÑOR le había dado victorias a su país. Era un soldado valiente, pero estaba enfermo de lepra.
2Re 5:2 En cierta ocasión los sirios, que salían a merodear, capturaron a una muchacha israelita y la hicieron criada de la esposa de Naamán.
2Re 5:3 Un día la muchacha le dijo a su ama: «Ojalá el amo fuera a ver al profeta que hay en Samaria, porque él lo sanaría de su lepra.»
2Re 5:4 Naamán fue a contarle al rey lo que la muchacha israelita había dicho.
2Re 5:5 El rey de Siria le respondió: —Bien, puedes ir; yo le mandaré una carta al rey de Israel. Y así Naamán se fue, llevando treinta mil monedas de plata, seis mil monedas de oro[a] y diez mudas de ropa.
2Re 5:6 La carta que le llevó al rey de Israel decía: «Cuando te llegue esta carta, verás que el portador es Naamán, uno de mis oficiales. Te lo envío para que lo sanes de su lepra.»
2Re 5:7 Al leer la carta, el rey de Israel se rasgó las vestiduras y exclamó: «¿Y acaso soy Dios, capaz de dar vida o muerte, para que ese tipo me pida sanar a un leproso? ¡Fíjense bien que me está buscando pleito!»
2Re 5:8 Cuando Eliseo, hombre de Dios, se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras, le envió este mensaje: «¿Por qué está Su Majestad tan molesto?[b] ¡Mándeme usted a ese hombre, para que sepa que hay profeta en Israel!»
2Re 5:9 Así que Naamán, con sus caballos y sus carros, fue a la casa de Eliseo y se detuvo ante la puerta.
2Re 5:10 Entonces Eliseo envió un mensajero a que le dijera: «Ve y zambúllete siete veces en el río Jordán; así tu piel sanará, y quedarás limpio.»
2Re 5:11 Naamán se enfureció y se fue, quejándose: «¡Yo creí que el profeta saldría a recibirme personalmente para invocar el nombre del SEÑOR su Dios, y que con un movimiento de la mano me sanaría de la lepra!
2Re 5:12 ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Farfar, no son mejores que toda el agua de Israel? ¿Acaso no podría zambullirme en ellos y quedar limpio?» Furioso, dio media vuelta y se marchó.
2Re 5:13 Entonces sus criados se le acercaron para aconsejarle: «Señor,[c] si el profeta le hubiera mandado hacer algo complicado, ¿usted no le habría hecho caso? ¡Con más razón si lo único que le dice a usted es que se zambulla, y así quedará limpio!»
2Re 5:14 Así que Naamán bajó al Jordán y se sumergió siete veces, según se lo había ordenado el hombre de Dios. ¡Y su piel se volvió como la de un niño, y quedó limpio!
La avaricia y el castigo de Giezi
2Re 5:15 Luego Naamán volvió con todos sus acompañantes y, presentándose ante el hombre de Dios, le dijo: —Ahora reconozco que no hay Dios en todo el mundo, sino sólo en Israel. Le ruego a usted aceptar un regalo de su servidor.
2Re 5:16 Pero Eliseo respondió: —¡Tan cierto como que vive el SEÑOR, a quien yo sirvo, que no voy a aceptar nada! Y por más que insistió Naamán, Eliseo no accedió.
2Re 5:17 —En ese caso —persistió Naamán—, permítame usted llevarme dos cargas de esta tierra,[d] ya que de aquí en adelante su servidor no va a ofrecerle holocaustos ni sacrificios a ningún otro dios, sino sólo al SEÑOR.
2Re 5:18 Y cuando mi señor el rey vaya a adorar en el templo de Rimón y se apoye de mi brazo, y yo me vea obligado a inclinarme allí, desde ahora ruego al SEÑOR que me perdone por inclinarme en ese templo.
2Re 5:19 —Puedes irte en paz —respondió Eliseo. Naamán se fue, y ya había recorrido cierta distancia
2Re 5:20 cuando Guiezi, el criado de Eliseo, hombre de Dios, pensó: «Mi amo ha sido demasiado bondadoso con este sirio Naamán, pues no le aceptó nada de lo que había traído. Pero yo voy a correr tras él, a ver si me da algo. ¡Tan cierto como que el SEÑOR vive!»
2Re 5:21 Así que Guiezi se fue para alcanzar a Naamán. Cuando éste lo vio correr tras él, se bajó de su carro para recibirlo y lo saludó.
2Re 5:22 Respondiendo al saludo, Guiezi dijo: —Mi amo me ha enviado con este mensaje: “Dos jóvenes de la comunidad de profetas acaban de llegar de la sierra de Efraín. Te pido que me des para ellos tres mil monedas[e] de plata y dos mudas de ropa.”
2Re 5:23 —Por favor, llévate seis mil —respondió Naamán, e insistió en que las aceptara. Echó entonces las monedas en dos sacos, junto con las dos mudas de ropa, y todo esto se lo entregó a dos criados para que lo llevaran delante de Guiezi.
2Re 5:24 Al llegar a la colina, Guiezi tomó los sacos y los guardó en la casa; después despidió a los hombres, y éstos se fueron.
2Re 5:25 Entonces Guiezi se presentó ante su amo. —¿De dónde vienes, Guiezi? —le preguntó Eliseo. —Su servidor no ha ido a ninguna parte —respondió Guiezi.
2Re 5:26 Eliseo replicó: —¿No estaba yo presente en espíritu cuando aquel hombre se bajó de su carro para recibirte? ¿Acaso es éste el momento de recibir dinero y ropa, huertos y viñedos, ovejas y bueyes, criados y criadas?
2Re 5:27 Ahora la lepra de Naamán se les pegará ti y a tus descendientes para siempre. No bien había salido Guiezi de la presencia de Eliseo cuando ya estaba blanco como la nieve por causa de la lepra.
2 Reyes 6
Un hacha recuperada
2Re 6:1
El milagro del hacha
Un día, los miembros de la comunidad de los profetas le dijeron a Eliseo: —Como puede ver, el lugar donde ahora vivimos con usted nos resulta pequeño.
2Re 6:2 Es mejor que vayamos al Jordán. Allí podremos conseguir madera y construir[a] un albergue. —Bien, vayan —respondió Eliseo.
2Re 6:3 Pero uno de ellos le pidió: —Acompañe usted, por favor, a sus servidores. Eliseo consintió
2Re 6:4 en acompañarlos, y cuando llegaron al Jordán empezaron a cortar árboles.
2Re 6:5 De pronto, al cortar un tronco, a uno de los profetas se le zafó el hacha y se le cayó al río. —¡Ay, maestro! —gritó—. ¡Esa hacha no era mía!
2Re 6:6 —¿Dónde cayó? —preguntó el hombre de Dios. Cuando se le indicó el lugar, Eliseo cortó un palo y, echándolo allí, hizo que el hacha saliera a flote.
2Re 6:7 —Sácala —ordenó Eliseo. Así que el hombre extendió el brazo y la sacó.
Caballos y carros de fuego
2Re 6:8
Eliseo captura una tropa siria
El rey de Siria, que estaba en guerra con Israel, deliberó con sus ministros y les dijo: «Vamos a acampar en tal lugar.»
2Re 6:9 Pero el hombre de Dios le envió este mensaje al rey de Israel: «Procura no pasar por este sitio, pues los sirios te han tendido allí una emboscada.»[b]
2Re 6:10 Así que el rey de Israel envió a reconocer el lugar que el hombre de Dios le había indicado. Y en varias otras ocasiones Eliseo le avisó al rey, de modo que éste tomó precauciones.
2Re 6:11 El rey de Siria, enfurecido por lo que estaba pasando, llamó a sus ministros y les reclamó: —¿Quieren decirme quién está informando al rey de Israel?
2Re 6:12 —Nadie, mi señor y rey —respondió uno de ellos—. El responsable es Eliseo, el profeta que está en Israel. Es él quien le comunica todo al rey de Israel, aun lo que Su Majestad dice en su alcoba.
2Re 6:13 —Pues entonces averigüen dónde está —ordenó el rey—, para que mande a capturarlo. Cuando le informaron que Eliseo estaba en Dotán,
2Re 6:14 el rey envió allá un destacamento grande, con caballos y carros de combate. Llegaron de noche y cercaron la ciudad.
2Re 6:15 Por la mañana, cuando el criado del hombre de Dios se levantó para salir, vio que un ejército con caballos y carros de combate rodeaba la ciudad. —¡Ay, mi señor! —exclamó el criado—. ¿Qué vamos a hacer?
2Re 6:16 —No tengas miedo —respondió Eliseo—. Los que están con nosotros son más que ellos.
2Re 6:17 Entonces Eliseo oró: «SEÑOR, ábrele a Guiezi los ojos para que vea.» El SEÑOR así lo hizo, y el criado vio que la colina estaba llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo.
2Re 6:18 Como ya los sirios se acercaban a él, Eliseo volvió a orar: «SEÑOR, castiga a esta gente con ceguera.» Y el SEÑOR hizo lo que le pidió Eliseo.
2Re 6:19 Luego Eliseo les dijo: «Ésta no es la ciudad adonde iban; han tomado un camino equivocado. Síganme, que yo los llevaré adonde está el hombre que buscan.» Pero los llevó a Samaria.
2Re 6:20 Después de entrar en la ciudad, Eliseo dijo: «SEÑOR, ábreles los ojos, para que vean.» El SEÑOR así lo hizo, y ellos se dieron cuenta de que estaban dentro de Samaria.
2Re 6:21 Cuando el rey de Israel los vio, le preguntó a Eliseo: —¿Los mato, mi señor? ¿Los mato?
2Re 6:22 —No, no los mates —contestó Eliseo—. ¿Acaso los has capturado con tu espada y tu arco, para que los mates? Mejor sírveles comida y agua para que coman y beban, y que luego vuelvan a su rey.
2Re 6:23 Así que el rey de Israel les dio un tremendo banquete. Cuando terminaron de comer, los despidió, y ellos regresaron a su rey. Y las bandas de sirios no volvieron a invadir el territorio israelita.
Ben-Hadad sitia Samaria
2Re 6:24
Hambre en Samaria
Algún tiempo después, Ben Adad, rey de Siria, movilizó todo su ejército para ir a Samaria y sitiarla.
2Re 6:25 El sitio duró tanto tiempo que provocó un hambre terrible en la ciudad, a tal grado que una cabeza de asno llegó a costar ochenta monedas de plata,[c] y un poco de algarroba,[d] cinco.
2Re 6:26 Un día, mientras el rey recorría la muralla, una mujer le gritó: —¡Sálvenos, Su Majestad!
2Re 6:27 —Si el SEÑOR no te salva —respondió el rey—, ¿de dónde voy a sacar yo comida para salvarte? ¿Del granero? ¿Del lagar?
2Re 6:28 ¿Qué te pasa? Ella se quejó: —Esta mujer me propuso que le entregara mi hijo para que nos lo comiéramos hoy, y que mañana nos comeríamos el de ella.
2Re 6:29 Pues bien, cocinamos a mi hijo y nos lo comimos, pero al día siguiente, cuando le pedí que entregara su hijo para que nos lo comiéramos, resulta que ya lo había escondido.
2Re 6:30 Al oír la queja de la mujer, el rey se rasgó las vestiduras. Luego reanudó su recorrido por la muralla, y la gente pudo ver que bajo su túnica real iba vestido de luto.
2Re 6:31 «¡Que el SEÑOR me castigue sin piedad —exclamó el rey—si hoy mismo no le corto la cabeza a Eliseo hijo de Safat!»
2Re 6:32 Mientras Eliseo se encontraba en su casa, sentado con los ancianos, el rey le envió un mensajero. Antes de que éste llegara, Eliseo les dijo a los ancianos: —Ahora van a ver cómo ese asesino envía a alguien a cortarme la cabeza. Pues bien, cuando llegue el mensajero, atranquen la puerta para que no entre. ¡Ya oigo detrás de él los pasos de su señor!
2Re 6:33 No había terminado de hablar cuando el mensajero llegó y dijo: —Esta desgracia viene del SEÑOR; ¿qué más se puede esperar de él?
2 Reyes 7
Eliseo promete alimento
2Re 7:1 Eliseo contestó: —Oigan la palabra del SEÑOR, que dice así: “Mañana a estas horas, a la entrada de Samaria, podrá comprarse una medida[a] de flor de harina con una sola moneda de plata,[b] y hasta una doble medida de cebada por el mismo precio.”
2Re 7:2 El ayudante personal del rey replicó: —¡No me digas! Aun si el SEÑOR abriera las ventanas del cielo, ¡no podría suceder tal cosa! —Pues lo verás con tus propios ojos —le advirtió Eliseo—, pero no llegarás a comerlo.
Los sirios huyen
2Re 7:3
Liberación de Samaria
Ese día, cuatro hombres que padecían de lepra se hallaban a la entrada de la ciudad. —¿Qué ganamos con quedarnos aquí sentados, esperando la muerte? —se dijeron unos a otros—.
2Re 7:4 No ganamos nada con entrar en la ciudad. Allí nos moriremos de hambre con todos los demás, pero si nos quedamos aquí, nos sucederá lo mismo. Vayamos, pues, al campamento de los sirios, para rendirnos. Si nos perdonan la vida, viviremos; y si nos matan, de todos modos moriremos.
2Re 7:5 Al anochecer se pusieron en camino, pero cuando llegaron a las afueras del campamento sirio, ¡ya no había nadie allí!
2Re 7:6 Y era que el Señor había confundido a los sirios haciéndoles oír el ruido de carros de combate y de caballería, como si fuera un gran ejército. Entonces se dijeron unos a otros: «¡Seguro que el rey de Israel ha contratado a los reyes hititas y egipcios para atacarnos!»
2Re 7:7 Por lo tanto, emprendieron la fuga al anochecer abandonando tiendas de campaña, caballos y asnos. Dejaron el campamento tal como estaba, para escapar y salvarse.
2Re 7:8 Cuando los leprosos llegaron a las afueras del campamento, entraron en una de las tiendas de campaña. Después de comer y beber, se llevaron de allí plata, oro y ropa, y fueron a esconderlo todo. Luego regresaron, entraron en otra tienda, y también de allí tomaron varios objetos y los escondieron.
2Re 7:9 Entonces se dijeron unos a otros: —Esto no está bien. Hoy es un día de buenas noticias, y no las estamos dando a conocer. Si esperamos hasta que amanezca, resultaremos culpables. Vayamos ahora mismo al palacio, y demos aviso.
2Re 7:10 Así que fueron a la ciudad y llamaron a los centinelas. Les dijeron: «Fuimos al campamento de los sirios y ya no había nadie allí. Sólo se oía a los caballos y asnos, que estaban atados. Y las tiendas las dejaron tal como estaban.»
2Re 7:11 Los centinelas, a voz en cuello, hicieron llegar la noticia hasta el interior del palacio.
2Re 7:12 Aunque era de noche, el rey se levantó y les dijo a sus ministros: —Déjenme decirles lo que esos sirios están tramando contra nosotros. Como saben que estamos pasando hambre, han abandonado el campamento y se han escondido en el campo. Lo que quieren es que salgamos, para atraparnos vivos y entrar en la ciudad.
2Re 7:13 Uno de sus ministros propuso: —Que salgan algunos hombres con cinco de los caballos que aún quedan aquí. Si mueren, no les irá peor que a la multitud de israelitas que está por perecer. ¡Enviémoslos a ver qué pasa!
2Re 7:14 De inmediato los hombres tomaron dos carros con caballos, y el rey los mandó al campamento del ejército sirio, con instrucciones de que investigaran.
2Re 7:15 Llegaron hasta el Jordán, y vieron que todo el camino estaba lleno de ropa y de objetos que los sirios habían arrojado al huir precipitadamente. De modo que regresaron los mensajeros e informaron al rey,
2Re 7:16 y el pueblo salió a saquear el campamento sirio. Y tal como la palabra del SEÑOR lo había dado a conocer, se pudo comprar una medida de flor de harina con una sola moneda de plata, y hasta una doble medida de cebada por el mismo precio.
2Re 7:17 El rey le había ordenado a su ayudante personal que vigilara la entrada de la ciudad, pero el pueblo lo atropelló ahí mismo, y así se cumplió lo que había dicho el hombre de Dios cuando el rey fue a verlo.
2Re 7:18 De hecho, cuando el hombre de Dios le dijo al rey: «Mañana a estas horas, a la entrada de Samaria, podrá comprarse una doble medida de cebada con una sola moneda de plata, y una medida de flor de harina por el mismo precio»,
2Re 7:19 ese oficial había replicado: «¡No me digas! Aun si el SEÑOR abriera las ventanas del cielo, ¡no podría suceder tal cosa!» De modo que el hombre de Dios respondió: «Pues lo verás con tus propios ojos, pero no llegarás a comerlo.»
2Re 7:20 En efecto, así ocurrió: el pueblo lo atropelló a la entrada de la ciudad, y allí murió.
Salmo 102
No escondas de mí tu rostro
Sal 102:1
Oración de un afligido que, a punto de desfallecer, da rienda suelta a su lamento ante el SEÑOR.
Escucha, SEÑOR, mi oración; llegue a ti mi clamor.
Sal 102:2 No escondas de mí tu rostro cuando me encuentro angustiado. Inclina a mí tu oído; respóndeme pronto cuando te llame.
Sal 102:3 Pues mis días se desvanecen como el humo, los huesos me arden como brasas.
Sal 102:4 Mi corazón decae y se marchita como la hierba; ¡hasta he perdido el apetito!
Sal 102:5 Por causa de mis fuertes gemidos se me pueden contar los huesos.[a]
Sal 102:6 Parezco una lechuza del desierto; soy como un búho entre las ruinas.
Sal 102:7 No logro conciliar el sueño; parezco ave solitaria sobre el tejado.
Sal 102:8 A todas horas me ofenden mis enemigos, y hasta usan mi nombre para maldecir.
Sal 102:9 Las cenizas son todo mi alimento; mis lágrimas se mezclan con mi bebida.
Sal 102:10 ¡Por tu enojo, por tu indignación, me levantaste para luego arrojarme!
Sal 102:11 Mis días son como sombras nocturnas; me voy marchitando como la hierba.
Sal 102:12 Pero tú, SEÑOR, reinas eternamente; tu nombre perdura por todas las generaciones.
Sal 102:13 Te levantarás y tendrás piedad de Sión, pues ya es tiempo de que la compadezcas. ¡Ha llegado el momento señalado!
Sal 102:14 Tus siervos sienten cariño por sus ruinas; los mueven a compasión sus escombros.
Sal 102:15 Las naciones temerán el nombre del SEÑOR; todos los reyes de la tierra reconocerán su majestad.
Sal 102:16 Porque el SEÑOR reconstruirá a Sión, y se manifestará en su esplendor.
Sal 102:17 Atenderá a la oración de los desamparados, y no desdeñará sus ruegos.
Sal 102:18 Que se escriba esto para las generaciones futuras, y que el pueblo que será creado alabe al SEÑOR.
Sal 102:19 Miró el SEÑOR desde su altísimo santuario; contempló la tierra desde el cielo,
Sal 102:20 para oír los lamentos de los cautivos y liberar a los condenados a muerte;
Sal 102:21 para proclamar en Sión el nombre del SEÑOR y anunciar en Jerusalén su alabanza,
Sal 102:22 cuando todos los pueblos y los reinos se reúnan para adorar al SEÑOR.
Sal 102:23 En el curso de mi vida acabó Dios con mis fuerzas;[b] me redujo los días.
Sal 102:24 Por eso dije: «No me lleves, Dios mío, a la mitad de mi vida; tú permaneces por todas las generaciones.
Sal 102:25 En el principio tú afirmaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos.
Sal 102:26 Ellos perecerán, pero tú permaneces. Todos ellos se desgastarán como un vestido. Y como ropa los cambiarás, y los dejarás de lado.
Sal 102:27 Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin.
Sal 102:28 Los hijos de tus siervos se establecerán, y sus descendientes habitarán en tu presencia.»