Día 297

15 El Pueblo del Reino

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Las Cartas: Contexto Historico

En el Nuevo Testamento hay 21 cartas o epístolas escritas por los primeros líderes cristianos a comunidades de seguidores de Jesús en el mundo romano antiguo. Una lectura con sabiduría de estas cartas implicaría conocer su contexto histórico. ¿Para quién se escribieron, dónde vivían sus recipientes, qué motivó que se enviaran? etc. En este video exploraremos los diferentes niveles del contexto histórico de estas cartas, de tal manera que podamos entender mejor la sabiduría que nos ofrecen.

Romanos 9

Elección soberana de Dios

Rom 9:1

La elección soberana de Dios

Digo la verdad en Cristo; no miento. Mi conciencia me lo confirma en el Espíritu Santo.

Rom 9:2 Me invade una gran tristeza y me embarga un continuo dolor.

Rom 9:3 Desearía yo mismo ser maldecido y separado de Cristo por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza,

Rom 9:4 el pueblo de Israel. De ellos son la adopción como hijos, la gloria divina, los pactos, la ley, y el privilegio de adorar a Dios y contar con sus promesas.

Rom 9:5 De ellos son los patriarcas, y de ellos, según la naturaleza humana, nació Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas. ¡Alabado sea por siempre![a] Amén.

Rom 9:6 Ahora bien, no digamos que la Palabra de Dios ha fracasado. Lo que sucede es que no todos los que descienden de Israel son Israel.

Rom 9:7 Tampoco por ser descendientes de Abraham son todos hijos suyos. Al contrario: «Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac.»[b]

Rom 9:8 En otras palabras, los hijos de Dios no son los descendientes naturales; más bien, se considera descendencia de Abraham a los hijos de la promesa.

Rom 9:9 Y la promesa es ésta: «Dentro de un año vendré, y para entonces Sara tendrá un hijo.»[c]

Rom 9:10 No sólo eso. También sucedió que los hijos de Rebeca tuvieron un mismo padre, que fue nuestro antepasado Isaac.

Rom 9:11 Sin embargo, antes de que los mellizos nacieran, o hicieran algo bueno o malo, y para confirmar el propósito de la elección divina,

Rom 9:12 no en base a las obras sino al llamado de Dios, se le dijo a ella: «El mayor servirá al menor.»[d]

Rom 9:13 Y así está escrito: «Amé a Jacob, pero aborrecí a Esaú.»[e]

Rom 9:14 ¿Qué concluiremos? ¿Acaso es Dios injusto? ¡De ninguna manera!

Rom 9:15 Es un hecho que a Moisés le dice: «Tendré clemencia de quien yo quiera tenerla, y seré compasivo con quien yo quiera serlo.»[f]

Rom 9:16 Por lo tanto, la elección no depende del deseo ni del esfuerzo humano sino de la misericordia de Dios.

Rom 9:17 Porque la Escritura le dice al faraón: «Te he levantado precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra.»[g]

Rom 9:18 Así que Dios tiene misericordia de quien él quiere tenerla, y endurece a quien él quiere endurecer.

Rom 9:19 Pero tú me dirás: «Entonces, ¿por qué todavía nos echa la culpa Dios? ¿Quién puede oponerse a su voluntad?»

Rom 9:20 Respondo: ¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios? «¿Acaso le dirá la olla de barro al que la modeló: “¿Por qué me hiciste así?” »[h]

Rom 9:21 ¿No tiene derecho el alfarero de hacer del mismo barro unas vasijas para usos especiales y otras para fines ordinarios?

Rom 9:22 ¿Y qué si Dios, queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia a los que eran objeto de su castigo[i] y estaban destinados a la destrucción?

Rom 9:23 ¿Qué si lo hizo para dar a conocer sus gloriosas riquezas a los que eran objeto de su misericordia, y a quienes de antemano preparó para esa gloria?

Rom 9:24 Ésos somos nosotros, a quienes Dios llamó no sólo de entre los judíos sino también de entre los gentiles.

Rom 9:25 Así lo dice Dios en el libro de Oseas: «Llamaré “mi pueblo” a los que no son mi pueblo; y llamaré “mi amada” a la que no es mi amada»,[j]

Rom 9:26 «Y sucederá que en el mismo lugar donde se les dijo: «Ustedes no son mi pueblo”, serán llamados “hijos del Dios viviente” .»[k]

Rom 9:27 Isaías, por su parte, proclama respecto de Israel: «Aunque los israelitas sean tan numerosos como la arena del mar, sólo el remanente será salvo;

Rom 9:28 porque plenamente y sin demora el Señor cumplirá su sentencia en la tierra.»[l]

Rom 9:29 Así había dicho Isaías: «Si el Señor Todopoderoso no nos hubiera dejado descendientes, seríamos ya como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.»[m]

La incredulidad de Israel

Rom 9:30

Incredulidad de Israel

¿Qué concluiremos? Pues que los gentiles, que no buscaban la justicia, la han alcanzado. Me refiero a la justicia que es por la fe.

Rom 9:31 En cambio Israel, que iba en busca de una ley que le diera justicia, no ha alcanzado esa justicia.

Rom 9:32 ¿Por qué no? Porque no la buscaron mediante la fe sino mediante las obras, como si fuera posible alcanzarla así. Por eso tropezaron con la «piedra de tropiezo»,

Rom 9:33 como está escrito: «Miren que pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca que hace caer; pero el que confíe en él no será defraudado.»[n]

Romanos 10

Rom 10:1 Hermanos, el deseo de mi corazón, y mi oración a Dios por los israelitas, es que lleguen a ser salvos.

Rom 10:2 Puedo declarar en favor de ellos que muestran celo por Dios, pero su celo no se basa en el conocimiento.

Rom 10:3 No conociendo la justicia que proviene de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios.

Rom 10:4 De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia.

Mensaje de salvación para todos

Rom 10:5 Así describe Moisés la justicia que se basa en la ley: «Quien practique estas cosas vivirá por ellas.»[a]

Rom 10:6 Pero la justicia que se basa en la fe afirma: «No digas en tu corazón: “¿Quién subirá al cielo?”[b] (es decir, para hacer bajar a Cristo),

Rom 10:7 o “¿Quién bajará al abismo?” » (es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos).

Rom 10:8 ¿Qué afirma entonces? «La palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón.»[c] Ésta es la palabra de fe que predicamos:

Rom 10:9 que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.

Rom 10:10 Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.

Rom 10:11 Así dice la Escritura: «Todo el que confíe en él no será jamás defraudado.»[d]

Rom 10:12 No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan,

Rom 10:13 porque «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».[e]

Rom 10:14 Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?

Rom 10:15 ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: «¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae[f] buenas nuevas!»

Rom 10:16 Sin embargo, no todos los israelitas aceptaron las buenas nuevas. Isaías dice: «Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje?»[g]

Rom 10:17 Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo.[h]

Rom 10:18 Pero pregunto: ¿Acaso no oyeron? ¡Claro que sí! «Por toda la tierra se difundió su voz, ¡sus palabras llegan hasta los confines del mundo!»[i]

Rom 10:19 Pero insisto: ¿Acaso no entendió Israel? En primer lugar, Moisés dice: «Yo haré que ustedes sientan envidia de los que no son nación; voy a irritarlos con una nación insensata.»[j]

Rom 10:20 Luego Isaías se atreve a decir: «Dejé que me hallaran los que no me buscaban; me di a conocer a los que no preguntaban por mí.»[k]

Rom 10:21 En cambio, respecto de Israel, dice: «Todo el día extendí mis manos hacia un pueblo desobediente y rebelde.»[l]

Salmo 137

¿Cómo cantaremos la canción del Señor?

Sal 137:1

Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos, y llorábamos al acordarnos de Sión.

Sal 137:2 En los álamos que había en la ciudad colgábamos nuestras arpas.

Sal 137:3 Allí, los que nos tenían cautivos nos pedían que entonáramos canciones; nuestros opresores nos pedían estar alegres; nos decían: «¡Cántennos un cántico de Sión!»

Sal 137:4 ¿Cómo cantar las canciones del SEÑOR en una tierra extraña?

Sal 137:5 Ah, Jerusalén, Jerusalén, si llegara yo a olvidarte, ¡que la mano derecha se me seque!

Sal 137:6 Si de ti no me acordara, ni te pusiera por encima de mi propia alegría, ¡que la lengua se me pegue al paladar!

Sal 137:7 SEÑOR, acuérdate de los edomitas el día en que cayó Jerusalén. «¡Arrásenla —gritaban—, arrásenla hasta sus cimientos!»

Sal 137:8 Hija de Babilonia, que has de ser destruida, ¡dichoso el que te haga pagar por todo lo que nos has hecho!

Sal 137:9 ¡Dichoso el que agarre a tus pequeños y los estrelle contra las rocas!