Día 271
14 Jesús & el Reino
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Evangelio de Lucas 9-19 - El Hijo Prodigo
La tercera parte explora el centro del Evangelio de Lucas. Jesús continúa su polémico anuncio de buenas noticias para los pobres, durante su largo viaje hacia Jerusalén, lo cual aumenta el conflicto con los líderes religiosos de Israel. Esta tensión proporciona el escenario para la famosa parábola del hijo pródigo.
Lucas 8
Las mujeres que acompañaban a Jesús
Luc 8:1
Parábola del sembrador
8:4-15—Mt 13:2-23; Mr 4:1-20
Después de esto, Jesús estuvo recorriendo los pueblos y las aldeas, proclamando las buenas nuevas del reino de Dios. Lo acompañaban los doce,
Luc 8:2 y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían salido siete demonios;
Luc 8:3 Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; Susana y muchas más que los ayudaban con sus propios recursos.
La parábola del sembrador
Luc 8:4 De cada pueblo salía gente para ver a Jesús, y cuando se reunió una gran multitud, él les contó esta parábola:
Luc 8:5 «Un sembrador salió a sembrar. Al esparcir la semilla, una parte cayó junto al camino; fue pisoteada, y los pájaros se la comieron.
Luc 8:6 Otra parte cayó sobre las piedras y, cuando brotó, las plantas se secaron por falta de humedad.
Luc 8:7 Otra parte cayó entre espinos que, al crecer junto con la semilla, la ahogaron.
Luc 8:8 Pero otra parte cayó en buen terreno; así que brotó y produjo una cosecha del ciento por uno.» Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
El propósito de las parábolas
Luc 8:9 Sus discípulos le preguntaron cuál era el significado de esta parábola.
Luc 8:10 «A ustedes se les ha concedido que conozcan los secretos del reino de Dios —les contestó—; pero a los demás se les habla por medio de parábolas para que »“aunque miren, no vean; aunque oigan, no entiendan” .[a]
Luc 8:11 »Éste es el significado de la parábola: La semilla es la palabra de Dios.
Luc 8:12 Los que están junto al camino son los que oyen, pero luego viene el diablo y les quita la palabra del corazón, no sea que crean y se salven.
Luc 8:13 Los que están sobre las piedras son los que reciben la palabra con alegría cuando la oyen, pero no tienen raíz. Éstos creen por algún tiempo, pero se apartan cuando llega la prueba.
Luc 8:14 La parte que cayó entre espinos son los que oyen, pero, con el correr del tiempo, los ahogan las preocupaciones, las riquezas y los placeres de esta vida, y no maduran.
Luc 8:15 Pero la parte que cayó en buen terreno son los que oyen la palabra con corazón noble y bueno, y la retienen; y como perseveran, producen una buena cosecha.
Una luz bajo una vasija
Luc 8:16
Una lámpara en una repisa
»Nadie enciende una lámpara para después cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz.
Luc 8:17 No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a conocerse públicamente.
Luc 8:18 Por lo tanto, pongan mucha atención. Al que tiene, se le dará más; al que no tiene, hasta lo que cree tener se le quitará.»
La madre y los hermanos de Jesús
Luc 8:19
La madre y los hermanos de Jesús
8:19-21—Mt 12:46-50; Mr 3:31-35
La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero como había mucha gente, no lograban acercársele.
Luc 8:20 —Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte —le avisaron.
Luc 8:21 Pero él les contestó: —Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica.
Jesús calma una tormenta
Luc 8:22
Jesús calma la tormenta
8:22-25—Mt 8:23-27; Mr 4:36-41
Un día subió Jesús con sus discípulos a una barca. —Crucemos al otro lado del lago —les dijo. Así que partieron,
Luc 8:23 y mientras navegaban, él se durmió. Entonces se desató una tormenta sobre el lago, de modo que la barca comenzó a inundarse y corrían gran peligro.
Luc 8:24 Los discípulos fueron a despertarlo. —¡Maestro, Maestro, nos vamos a ahogar! —gritaron. Él se levantó y reprendió al viento y a las olas; la tormenta se apaciguó y todo quedó tranquilo.
Luc 8:25 —¿Dónde está la fe de ustedes? —les dijo a sus discípulos. Con temor y asombro ellos se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?»
Jesús sana a un endemoniado
Luc 8:26
Liberación de un endemoniado
8:26-37—Mt 8:28-34
8:26-39—Mr 5:1-20
Navegaron hasta la región de los gerasenos,[b] que está al otro lado del lago, frente a Galilea.
Luc 8:27 Al desembarcar Jesús, un endemoniado que venía del pueblo le salió al encuentro. Hacía mucho tiempo que este hombre no se vestía; tampoco vivía en una casa sino en los sepulcros.
Luc 8:28 Cuando vio a Jesús, dio un grito y se arrojó a sus pies. Entonces exclamó con fuerza: —¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te ruego que no me atormentes!
Luc 8:29 Es que Jesús le había ordenado al espíritu maligno que saliera del hombre. Se había apoderado de él muchas veces y, aunque le sujetaban los pies y las manos con cadenas y lo mantenían bajo custodia, rompía las cadenas y el demonio lo arrastraba a lugares solitarios.
Luc 8:30 —¿Cómo te llamas? —le preguntó Jesús. —Legión —respondió, ya que habían entrado en él muchos demonios.
Luc 8:31 Y éstos le suplicaban a Jesús que no los mandara al abismo.
Luc 8:32 Como había una manada grande de cerdos paciendo en la colina, le rogaron a Jesús que los dejara entrar en ellos. Así que él les dio permiso.
Luc 8:33 Y cuando los demonios salieron del hombre, entraron en los cerdos, y la manada se precipitó al lago por el despeñadero y se ahogó.
Luc 8:34 Al ver lo sucedido, los que cuidaban los cerdos huyeron y dieron la noticia en el pueblo y por los campos,
Luc 8:35 y la gente salió a ver lo que había pasado. Llegaron adonde estaba Jesús y encontraron, sentado a sus pies, al hombre de quien habían salido los demonios. Cuando lo vieron vestido y en su sano juicio, tuvieron miedo.
Luc 8:36 Los que habían presenciado estas cosas le contaron a la gente cómo el endemoniado había sido sanado.
Luc 8:37 Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le pidió a Jesús que se fuera de allí, porque les había entrado mucho miedo. Así que él subió a la barca para irse.
Luc 8:38 Ahora bien, el hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que le permitiera acompañarlo, pero Jesús lo despidió y le dijo:
Luc 8:39 —Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti. Así que el hombre se fue y proclamó por todo el pueblo lo mucho que Jesús había hecho por él.
Jesús sana a una mujer y a la hija de Jairo
Luc 8:40
Una niña muerta y una mujer enferma
8:40-56—Mt 9:18-26; Mr 5:22-43
Cuando Jesús regresó, la multitud se alegró de verlo, pues todos estaban esperándolo.
Luc 8:41 En esto llegó un hombre llamado Jairo, que era un jefe de la sinagoga. Arrojándose a los pies de Jesús, le suplicaba que fuera a su casa,
Luc 8:42 porque su única hija, de unos doce años, se estaba muriendo. Jesús se puso en camino y las multitudes lo apretujaban.
Luc 8:43 Había entre la gente una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias,[c] sin que nadie pudiera sanarla.
Luc 8:44 Ella se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, y al instante cesó su hemorragia.
Luc 8:45 —¿Quién me ha tocado? —preguntó Jesús. Como todos negaban haberlo tocado, Pedro le dijo: —Maestro, son multitudes las que te aprietan y te oprimen.
Luc 8:46 —No, alguien me ha tocado —replicó Jesús—; yo sé que de mí ha salido poder.
Luc 8:47 La mujer, al ver que no podía pasar inadvertida, se acercó temblando y se arrojó a sus pies. En presencia de toda la gente, contó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada al instante.
Luc 8:48 —Hija, tu fe te ha sanado —le dijo Jesús—. Vete en paz.
Luc 8:49 Todavía estaba hablando Jesús, cuando alguien llegó de la casa de Jairo, jefe de la sinagoga, para decirle: —Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.
Luc 8:50 Al oír esto, Jesús le dijo a Jairo: —No tengas miedo; cree nada más, y ella será sanada.
Luc 8:51 Cuando llegó a la casa de Jairo, no dejó que nadie entrara con él, excepto Pedro, Juan y Jacobo, y el padre y la madre de la niña.
Luc 8:52 Todos estaban llorando, muy afligidos por ella. —Dejen de llorar —les dijo Jesús—. No está muerta sino dormida.
Luc 8:53 Entonces ellos empezaron a burlarse de él porque sabían que estaba muerta.
Luc 8:54 Pero él la tomó de la mano y le dijo: —¡Niña, levántate!
Luc 8:55 Recobró la vida[d] y al instante se levantó. Jesús mandó darle de comer.
Luc 8:56 Los padres se quedaron atónitos, pero él les advirtió que no contaran a nadie lo que había sucedido.
Lucas 9
Jesús envía a los doce apóstoles
Luc 9:1
Jesús envía a los doce
9:3-5—Mt 10:9-15; Mr 6:8-11
9:7-9—Mt 14:1-2; Mr 6:14-16
Habiendo reunido a los doce, Jesús les dio poder y autoridad para expulsar a todos los demonios y para sanar enfermedades.
Luc 9:2 Entonces los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.
Luc 9:3 «No lleven nada para el camino: ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero, ni dos mudas de ropa —les dijo—.
Luc 9:4 En cualquier casa que entren, quédense allí hasta que salgan del pueblo.
Luc 9:5 Si no los reciben bien, al salir de ese pueblo, sacúdanse el polvo de los pies como un testimonio contra sus habitantes.»
Luc 9:6 Así que partieron y fueron por todas partes de pueblo en pueblo, predicando el evangelio y sanando a la gente.
Herodes perplejo por Jesús
Luc 9:7 Herodes el tetrarca se enteró de todo lo que estaba sucediendo. Estaba perplejo porque algunos decían que Juan había resucitado;
Luc 9:8 otros, que se había aparecido Elías; y otros, en fin, que había resucitado alguno de los antiguos profetas.
Luc 9:9 Pero Herodes dijo: «A Juan mandé que le cortaran la cabeza; ¿quién es, entonces, éste de quien oigo tales cosas?» Y procuraba verlo.
Jesús alimenta a cinco mil
Luc 9:10
Jesús alimenta a los cinco mil
9:10-17—Mt 14:13-21; Mr 6:32-44; Jn 6:5-13
Cuando regresaron los apóstoles, le relataron a Jesús lo que habían hecho. Él se los llevó consigo y se retiraron solos a un pueblo llamado Betsaida,
Luc 9:11 pero la gente se enteró y lo siguió. Él los recibió y les habló del reino de Dios. También sanó a los que lo necesitaban.
Luc 9:12 Al atardecer se le acercaron los doce y le dijeron: —Despide a la gente, para que vaya a buscar alojamiento y comida en los campos y pueblos cercanos, pues donde estamos no hay nada.[a]
Luc 9:13 —Denles ustedes mismos de comer —les dijo Jesús. —No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente —objetaron ellos,
Luc 9:14 porque había allí unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: —Hagan que se sienten en grupos como de cincuenta cada uno.
Luc 9:15 Así lo hicieron los discípulos, y se sentaron todos.
Luc 9:16 Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, los bendijo. Luego los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente.
Luc 9:17 Todos comieron hasta quedar satisfechos, y de los pedazos que sobraron se recogieron doce canastas.
Pedro confiesa a Jesús como el Cristo
Luc 9:18
La confesión de Pedro
9:18-20—Mt 16:13-16; Mr 8:27-29
9:22-27—Mt 16:21-28; Mr 8:31-9:1
Un día cuando Jesús estaba orando para sí, estando allí sus discípulos, les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo?
Luc 9:19 —Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que uno de los antiguos profetas ha resucitado —respondieron.
Luc 9:20 —Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? —El Cristo de Dios —afirmó Pedro.
Jesús anuncia su muerte
Luc 9:21 Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran esto a nadie. Y les dijo:
Luc 9:22 —El Hijo del hombre tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que resucite al tercer día.
Toma tu cruz y sígueme
Luc 9:23 Dirigiéndose a todos, declaró: —Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga.
Luc 9:24 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.
Luc 9:25 ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se destruye a sí mismo?
Luc 9:26 Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria del Padre y de los santos ángeles.
Luc 9:27 Además, les aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto el reino de Dios.
La Transfiguración
Luc 9:28
La transfiguración
9:28-36—Mt 17:1-8; Mr 9:2-8
Unos ocho días después de decir esto, Jesús, acompañado de Pedro, Juan y Jacobo, subió a una montaña a orar.
Luc 9:29 Mientras oraba, su rostro se transformó, y su ropa se tornó blanca y radiante.
Luc 9:30 Y aparecieron dos personajes —Moisés y Elías—que conversaban con Jesús.
Luc 9:31 Tenían un aspecto glorioso, y hablaban de la partida[b] de Jesús, que él estaba por llevar a cabo en Jerusalén.
Luc 9:32 Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño, pero cuando se despabilaron, vieron su gloria y a los dos personajes que estaban con él.
Luc 9:33 Mientras éstos se apartaban de Jesús, Pedro, sin saber lo que estaba diciendo, propuso: —Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Podemos levantar tres albergues: uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías.
Luc 9:34 Estaba hablando todavía cuando apareció una nube que los envolvió, de modo que se asustaron.
Luc 9:35 Entonces salió de la nube una voz que dijo: «Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo.»
Luc 9:36 Después de oírse la voz, Jesús quedó solo. Los discípulos guardaron esto en secreto, y por algún tiempo a nadie contaron nada de lo que habían visto.
Jesús sana a un muchacho con un espíritu inmundo
Luc 9:37
Jesús sana a un muchacho endemoniado
9:37-42, 9—Mt 17:14-18, 22-23; Mr 9:14-27, 30-32
Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, le salió al encuentro mucha gente.
Luc 9:38 Y un hombre de entre la multitud exclamó: —Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que tengo.
Luc 9:39 Resulta que un espíritu se posesiona de él, y de repente el muchacho se pone a gritar; también lo sacude con violencia y hace que eche espumarajos. Cuando lo atormenta, a duras penas lo suelta.
Luc 9:40 Ya les rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron.
Luc 9:41 —¡Ah, generación incrédula y perversa! —respondió Jesús—. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo.
Luc 9:42 Estaba acercándose el muchacho cuando el demonio lo derribó con una convulsión. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió al padre.
Jesús anuncia de nuevo su muerte
Luc 9:43 Y todos se quedaron asombrados de la grandeza de Dios. En medio de tanta admiración por todo lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
Luc 9:44 —Presten mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
Luc 9:45 Pero ellos no entendían lo que quería decir con esto. Les estaba encubierto para que no lo comprendieran, y no se atrevían a preguntárselo.
¿Quién es el mayor?
Luc 9:46
¿Quién va a ser el más importante?
9:46-48—Mt 18:1-5
9:46-50—Mr 9:33-40
Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién de ellos sería el más importante.
Luc 9:47 Como Jesús sabía bien lo que pensaban, tomó a un niño y lo puso a su lado.
Luc 9:48 —El que recibe en mi nombre a este niño —les dijo—, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que es más insignificante entre todos ustedes, ése es el más importante.
"El que no es contra nosotros, por nosotros es"
Luc 9:49 —Maestro —intervino Juan—, vimos a un hombre que expulsaba demonios en tu nombre; pero como no anda con nosotros, tratamos de impedírselo.
Luc 9:50 —No se lo impidan —les replicó Jesús—, porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes.
Una aldea samaritana rechaza a Jesús
Luc 9:51
La oposición de los samaritanos
Como se acercaba el tiempo de que fuera llevado al cielo, Jesús se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén.
Luc 9:52 Envió por delante mensajeros, que entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento;
Luc 9:53 pero allí la gente no quiso recibirlo porque se dirigía a Jerusalén.
Luc 9:54 Cuando los discípulos Jacobo y Juan vieron esto, le preguntaron: —Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para[c] que los destruya?
Luc 9:55 Pero Jesús se volvió a ellos y los reprendió.
Luc 9:56 Luego[d] siguieron la jornada a otra aldea.
El precio de seguir a Jesús
Luc 9:57
Lo que cuesta seguir a Jesús
9:57-60—Mt 8:19-22
Iban por el camino cuando alguien le dijo: —Te seguiré a dondequiera que vayas.
Luc 9:58 —Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
Luc 9:59 A otro le dijo: —Sígueme. —Señor —le contestó—, primero déjame ir a enterrar a mi padre.
Luc 9:60 —Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios —le replicó Jesús.
Luc 9:61 Otro afirmó: —Te seguiré, Señor; pero primero déjame despedirme de mi familia.
Luc 9:62 Jesús le respondió: —Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios.
Salmo 116
Amo al Señor
Sal 116:1
Yo amo al SEÑOR porque él escucha[a] mi voz suplicante.
Sal 116:2 Por cuanto él inclina a mí su oído, lo invocaré toda mi vida.
Sal 116:3 Los lazos de la muerte me enredaron; me sorprendió la angustia del sepulcro, y caí en la ansiedad y la aflicción.
Sal 116:4 Entonces clamé al SEÑOR: «¡Te ruego, SEÑOR, que me salves la vida!»
Sal 116:5 El SEÑOR es compasivo y justo; nuestro Dios es todo ternura.
Sal 116:6 El SEÑOR protege a la gente sencilla; estaba yo muy débil, y él me salvó.
Sal 116:7 ¡Ya puedes, alma mía, estar tranquila, que el SEÑOR ha sido bueno contigo!
Sal 116:8 Tú me has librado de la muerte, has enjugado mis lágrimas, no me has dejado tropezar.
Sal 116:9 Por eso andaré siempre delante del SEÑOR en esta tierra de los vivientes.
Sal 116:10 Aunque digo: «Me encuentro muy afligido», sigo creyendo en Dios.
Sal 116:11 En mi desesperación he exclamado: «Todos son unos mentirosos.»
Sal 116:12 ¿Cómo puedo pagarle al SEÑOR por tanta bondad que me ha mostrado?
Sal 116:13 ¡Tan sólo brindando con la copa de salvación e invocando el nombre del SEÑOR!
Sal 116:14 ¡Tan sólo cumpliendo mis promesas al SEÑOR en presencia de todo su pueblo!
Sal 116:15 Mucho valor tiene a los ojos del SEÑOR la muerte de sus fieles.
Sal 116:16 Yo, SEÑOR, soy tu siervo; soy siervo tuyo, tu hijo fiel;[b] ¡tú has roto mis cadenas!
Sal 116:17 Te ofreceré un sacrificio de gratitud e invocaré, SEÑOR, tu nombre.
Sal 116:18 Cumpliré mis votos al SEÑOR en presencia de todo su pueblo,
Sal 116:19 en los atrios de la casa del SEÑOR, en medio de ti, oh Jerusalén. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR!