Día 292
14 Jesús & el Reino
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Hechos 27
Pablo zarpa hacia Roma
Hch 27:1
Pablo viaja a Roma
Cuando se decidió que navegáramos rumbo a Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, que pertenecía al batallón imperial.
Hch 27:2 Subimos a bordo de un barco, con matrícula de Adramitio, que estaba a punto de zarpar hacia los puertos de la provincia de Asia, y nos hicimos a la mar. Nos acompañaba Aristarco, un macedonio de Tesalónica.
Hch 27:3 Al día siguiente hicimos escala en Sidón; y Julio, con mucha amabilidad, le permitió a Pablo visitar a sus amigos para que lo atendieran.
Hch 27:4 Desde Sidón zarpamos y navegamos al abrigo de Chipre, porque los vientos nos eran contrarios.
Hch 27:5 Después de atravesar el mar frente a las costas de Cilicia y Panfilia, arribamos a Mira de Licia.
Hch 27:6 Allí el centurión encontró un barco de Alejandría que iba para Italia, y nos hizo subir a bordo.
Hch 27:7 Durante muchos días la navegación fue lenta, y a duras penas llegamos frente a Gnido. Como el viento nos era desfavorable para seguir el rumbo trazado, navegamos al amparo de Creta, frente a Salmona.
Hch 27:8 Seguimos con dificultad a lo largo de la costa y llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea.
Hch 27:9 Se había perdido mucho tiempo, y era peligrosa la navegación por haber pasado ya la fiesta del ayuno.[a] Así que Pablo les advirtió:
Hch 27:10 «Señores, veo que nuestro viaje va a ser desastroso y que va a causar mucho perjuicio tanto para el barco y su carga como para nuestras propias vidas.»
Hch 27:11 Pero el centurión, en vez de hacerle caso, siguió el consejo del timonel y del dueño del barco.
Hch 27:12 Como el puerto no era adecuado para invernar, la mayoría decidió que debíamos seguir adelante, con la esperanza de llegar a Fenice, puerto de Creta que da al suroeste y al noroeste, y pasar allí el invierno.
Tempestad en el mar
Hch 27:13
La tempestad
Cuando comenzó a soplar un viento suave del sur, creyeron que podían conseguir lo que querían, así que levaron anclas y navegaron junto a la costa de Creta.
Hch 27:14 Poco después se nos vino encima un viento huracanado, llamado Nordeste, que venía desde la isla.
Hch 27:15 El barco quedó atrapado por la tempestad y no podía hacerle frente al viento, así que nos dejamos llevar a la deriva.
Hch 27:16 Mientras pasábamos al abrigo de un islote llamado Cauda, a duras penas pudimos sujetar el bote salvavidas.
Hch 27:17 Después de subirlo a bordo, amarraron con sogas todo el casco del barco para reforzarlo. Temiendo que fueran a encallar en los bancos de arena de la Sirte, echaron el ancla flotante y dejaron el barco a la deriva.
Hch 27:18 Al día siguiente, dado que la tempestad seguía arremetiendo con mucha fuerza contra nosotros, comenzaron a arrojar la carga por la borda.
Hch 27:19 Al tercer día, con sus propias manos arrojaron al mar los aparejos del barco.
Hch 27:20 Como pasaron muchos días sin que aparecieran ni el sol ni las estrellas, y la tempestad seguía arreciando, perdimos al fin toda esperanza de salvarnos.
Hch 27:21 Llevábamos ya mucho tiempo sin comer, así que Pablo se puso en medio de todos y dijo: «Señores, debían haber seguido mi consejo y no haber zarpado de Creta; así se habrían ahorrado este perjuicio y esta pérdida.
Hch 27:22 Pero ahora los exhorto a cobrar ánimo, porque ninguno de ustedes perderá la vida; sólo se perderá el barco.
Hch 27:23 Anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo,
Hch 27:24 y me dijo: “No tengas miedo, Pablo. Tienes que comparecer ante el emperador; y Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo.”
Hch 27:25 Así que ¡ánimo, señores! Confío en Dios que sucederá tal y como se me dijo.
Hch 27:26 Sin embargo, tenemos que encallar en alguna isla.»
Hch 27:27
El naufragio
Ya habíamos pasado catorce noches a la deriva por el mar Adriático,[b] cuando a eso de la medianoche los marineros presintieron que se aproximaban a tierra.
Hch 27:28 Echaron la sonda y encontraron que el agua tenía unos treinta y siete metros de profundidad. Más adelante volvieron a echar la sonda y encontraron que tenía cerca de veintisiete metros[c] de profundidad.
Hch 27:29 Temiendo que fuéramos a estrellarnos contra las rocas, echaron cuatro anclas por la popa y se pusieron a rogar que amaneciera.
Hch 27:30 En un intento por escapar del barco, los marineros comenzaron a bajar el bote salvavidas al mar, con el pretexto de que iban a echar algunas anclas desde la proa.
Hch 27:31 Pero Pablo les advirtió al centurión y a los soldados: «Si ésos no se quedan en el barco, no podrán salvarse ustedes.»
Hch 27:32 Así que los soldados cortaron las amarras del bote salvavidas y lo dejaron caer al agua.
Hch 27:33 Estaba a punto de amanecer cuando Pablo animó a todos a tomar alimento: «Hoy hace ya catorce días que ustedes están con la vida en un hilo, y siguen sin probar bocado.
Hch 27:34 Les ruego que coman algo, pues lo necesitan para sobrevivir. Ninguno de ustedes perderá ni un solo cabello de la cabeza.»
Hch 27:35 Dicho esto, tomó pan y dio gracias a Dios delante de todos. Luego lo partió y comenzó a comer.
Hch 27:36 Todos se animaron y también comieron.
Hch 27:37 Éramos en total doscientas setenta y seis personas en el barco.
Hch 27:38 Una vez satisfechos, aligeraron el barco echando el trigo al mar.
El naufragio
Hch 27:39 Cuando amaneció, no reconocieron la tierra, pero vieron una bahía que tenía playa, donde decidieron encallar el barco a como diera lugar.
Hch 27:40 Cortaron las anclas y las dejaron caer en el mar, desatando a la vez las amarras de los timones. Luego izaron a favor del viento la vela de proa y se dirigieron a la playa.
Hch 27:41 Pero el barco fue a dar en un banco de arena y encalló. La proa se encajó en el fondo y quedó varada, mientras la popa se hacía pedazos al embate de las olas.
Hch 27:42 Los soldados pensaron matar a los presos para que ninguno escapara a nado.
Hch 27:43 Pero el centurión quería salvarle la vida a Pablo, y les impidió llevar a cabo el plan. Dio orden de que los que pudieran nadar saltaran primero por la borda para llegar a tierra,
Hch 27:44 y de que los demás salieran valiéndose de tablas o de restos del barco. De esta manera todos llegamos sanos y salvos a tierra.
Hechos 28
Pablo en Malta
Hch 28:1
En la isla de Malta
Una vez a salvo, nos enteramos de que la isla se llamaba Malta.
Hch 28:2 Los isleños nos trataron con toda clase de atenciones. Encendieron una fogata y nos invitaron a acercarnos, porque estaba lloviendo y hacía frío.
Hch 28:3 Sucedió que Pablo recogió un montón de leña y la estaba echando al fuego, cuando una víbora que huía del calor se le prendió en la mano.
Hch 28:4 Al ver la serpiente colgada de la mano de Pablo, los isleños se pusieron a comentar entre sí: «Sin duda este hombre es un asesino, pues aunque se salvó del mar, la justicia divina no va a consentir que siga con vida.»
Hch 28:5 Pero Pablo sacudió la mano y la serpiente cayó en el fuego, y él no sufrió ningún daño.
Hch 28:6 La gente esperaba que se hinchara o cayera muerto de repente, pero después de esperar un buen rato y de ver que nada extraño le sucedía, cambiaron de parecer y decían que era un dios.
Hch 28:7 Cerca de allí había una finca que pertenecía a Publio, el funcionario principal de la isla. Éste nos recibió en su casa con amabilidad y nos hospedó durante tres días.
Hch 28:8 El padre de Publio estaba en cama, enfermo con fiebre y disentería. Pablo entró a verlo y, después de orar, le impuso las manos y lo sanó.
Hch 28:9 Como consecuencia de esto, los demás enfermos de la isla también acudían y eran sanados.
Hch 28:10 Nos colmaron de muchas atenciones y nos proveyeron de todo lo necesario para el viaje.
Pablo llega a Roma
Hch 28:11
Llegada a Roma
Al cabo de tres meses en la isla, zarpamos en un barco que había invernado allí. Era una nave de Alejandría que tenía por insignia a los dioses Dióscuros.[a]
Hch 28:12 Hicimos escala en Siracusa, donde nos quedamos tres días.
Hch 28:13 Desde allí navegamos bordeando la costa y llegamos a Regio. Al día siguiente se levantó el viento del sur, y al segundo día llegamos a Poteoli.
Hch 28:14 Allí encontramos a algunos creyentes que nos invitaron a pasar una semana con ellos. Y por fin llegamos a Roma.
Hch 28:15 Los hermanos de Roma, habiéndose enterado de nuestra situación, salieron hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas a recibirnos. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo.
Hch 28:16 Cuando llegamos a Roma, a Pablo se le permitió tener su domicilio particular, con un soldado que lo custodiara.
Pablo en Roma
Hch 28:17
Pablo predica bajo custodia en Roma
Tres días más tarde, Pablo convocó a los dirigentes de los judíos. Cuando estuvieron reunidos, les dijo: —A mí, hermanos, a pesar de no haber hecho nada contra mi pueblo ni contra las costumbres de nuestros antepasados, me arrestaron en Jerusalén y me entregaron a los romanos.
Hch 28:18 Éstos me interrogaron y quisieron soltarme por no ser yo culpable de ningún delito que mereciera la muerte.
Hch 28:19 Cuando los judíos se opusieron, me vi obligado a apelar al emperador, pero no porque tuviera alguna acusación que presentar contra mi nación.
Hch 28:20 Por este motivo he pedido verlos y hablar con ustedes. Precisamente por la esperanza de Israel estoy encadenado.
Hch 28:21 —Nosotros no hemos recibido ninguna carta de Judea que tenga que ver contigo —le contestaron ellos—, ni ha llegado ninguno de los hermanos de allá con malos informes o que haya hablado mal de ti.
Hch 28:22 Pero queremos oír tu punto de vista, porque lo único que sabemos es que en todas partes se habla en contra de esa secta.
Hch 28:23 Señalaron un día para reunirse con Pablo, y acudieron en mayor número a la casa donde estaba alojado. Desde la mañana hasta la tarde estuvo explicándoles y testificándoles acerca del reino de Dios y tratando de convencerlos respecto a Jesús, partiendo de la ley de Moisés y de los profetas.
Hch 28:24 Unos se convencieron por lo que él decía, pero otros se negaron a creer.
Hch 28:25 No pudieron ponerse de acuerdo entre sí, y comenzaron a irse cuando Pablo añadió esta última declaración: «Con razón el Espíritu Santo les habló a sus antepasados por medio del profeta Isaías diciendo:
Hch 28:26 »“Ve a este pueblo y dile: ‘Por mucho que oigan, no entenderán; por mucho que vean, no percibirán.’
Hch 28:27 Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría.”[b]
Hch 28:28 »Por tanto, quiero que sepan que esta salvación de Dios se ha enviado a los gentiles, y ellos sí escucharán.»[c]
Hch 28:29 --
Hch 28:30 Durante dos años completos permaneció Pablo en la casa que tenía alquilada, y recibía a todos los que iban a verlo.
Hch 28:31 Y predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo sin impedimento y sin temor alguno.
Salmo 132
El Señor ha elegido a Sion
Sal 132:1
Cántico de los peregrinos.
SEÑOR, acuérdate de David y de todas sus penurias.
Sal 132:2 Acuérdate de sus juramentos al SEÑOR, de sus votos al Poderoso de Jacob:
Sal 132:3 «No gozaré del calor del hogar, ni me daré un momento de descanso;[a]
Sal 132:4 no me permitiré cerrar los ojos, y ni siquiera el menor pestañeo,
Sal 132:5 antes de hallar un lugar para el SEÑOR, una morada para el Poderoso de Jacob.»
Sal 132:6 En Efrata oímos hablar del arca;[b] dimos con ella en los campos de Yagar:[c]
Sal 132:7 «Vayamos hasta su morada; postrémonos ante el estrado de sus pies.»
Sal 132:8 Levántate, SEÑOR; ven a tu lugar de reposo, tú y tu arca poderosa.
Sal 132:9 ¡Que se revistan de justicia tus sacerdotes! ¡Que tus fieles canten jubilosos!
Sal 132:10 Por amor a David, tu siervo, no le des la espalda a[d] tu ungido.
Sal 132:11 El SEÑOR le ha hecho a David un firme juramento que no revocará: «A uno de tus propios descendientes lo pondré en tu trono.
Sal 132:12 Si tus hijos cumplen con mi pacto y con los estatutos que les enseñaré, también sus descendientes te sucederán en el trono para siempre.»
Sal 132:13 El SEÑOR ha escogido a Sión; su deseo es hacer de este monte su morada:
Sal 132:14 «Éste será para siempre mi lugar de reposo; aquí pondré mi trono, porque así lo deseo.
Sal 132:15 Bendeciré con creces sus provisiones, y saciaré de pan a sus pobres.
Sal 132:16 Revestiré de salvación a sus sacerdotes, y jubilosos cantarán sus fieles.
Sal 132:17 »Aquí haré renacer el poder[e] de David, y encenderé la lámpara de mi ungido.
Sal 132:18 A sus enemigos los cubriré de vergüenza, pero él lucirá su corona esplendorosa.»