Día 296

15 El Pueblo del Reino

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Romanos 7

Liberados de la Ley

Rom 7:1

Analogía tomada del matrimonio

Hermanos, les hablo como a quienes conocen la ley. ¿Acaso no saben que uno está sujeto a la ley solamente en vida?

Rom 7:2 Por ejemplo, la casada está ligada por ley a su esposo sólo mientras éste vive; pero si su esposo muere, ella queda libre de la ley que la unía a su esposo.

Rom 7:3 Por eso, si se casa con otro hombre mientras su esposo vive, se le considera adúltera. Pero si muere su esposo, ella queda libre de esa ley, y no es adúltera aunque se case con otro hombre.

Rom 7:4 Así mismo, hermanos míos, ustedes murieron a la ley mediante el cuerpo crucificado de Cristo, a fin de pertenecer al que fue levantado de entre los muertos. De este modo daremos fruto para Dios.

Rom 7:5 Porque cuando nuestra naturaleza pecaminosa aún nos dominaba,[a] las malas pasiones que la ley nos despertaba actuaban en los miembros de nuestro cuerpo, y dábamos fruto para muerte.

Rom 7:6 Pero ahora, al morir a lo que nos tenía subyugados, hemos quedado libres de la ley, a fin de servir a Dios con el nuevo poder que nos da el Espíritu, y no por medio del antiguo mandamiento escrito.

La Ley y el pecado

Rom 7:7

Conflicto con el pecado

¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: «No codicies.»[b]

Rom 7:8 Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque aparte de la ley el pecado está muerto.

Rom 7:9 En otro tiempo yo tenía vida aparte de la ley; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí.

Rom 7:10 Se me hizo evidente que el mismo mandamiento que debía haberme dado vida me llevó a la muerte;

Rom 7:11 porque el pecado se aprovechó del mandamiento, me engañó, y por medio de él me mató.

Rom 7:12 Concluimos, pues, que la ley es santa, y que el mandamiento es santo, justo y bueno.

Rom 7:13 Pero entonces, ¿lo que es bueno se convirtió en muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien fue el pecado lo que, valiéndose de lo bueno, me produjo la muerte; ocurrió así para que el pecado se manifestara claramente, o sea, para que mediante el mandamiento se demostrara lo extremadamente malo que es el pecado.

Rom 7:14 Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual. Pero yo soy meramente humano, y estoy vendido como esclavo al pecado.

Rom 7:15 No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco.

Rom 7:16 Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena;

Rom 7:17 pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí.

Rom 7:18 Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo.

Rom 7:19 De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.

Rom 7:20 Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí.

Rom 7:21 Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal.

Rom 7:22 Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios;

Rom 7:23 pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo.

Rom 7:24 ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?

Rom 7:25 ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor! En conclusión, con la mente yo mismo me someto a la ley de Dios, pero mi naturaleza pecaminosa está sujeta a la ley del pecado.

Romanos 8

La vida en el Espíritu

Rom 8:1

Vida mediante el Espíritu

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús,[a]

Rom 8:2 pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me[b] ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.

Rom 8:3 En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores,[c] para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana,

Rom 8:4 a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu.

Rom 8:5 Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu.

Rom 8:6 La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz.

Rom 8:7 La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo.

Rom 8:8 Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios.

Rom 8:9 Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.

Rom 8:10 Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida[d] a causa de la justicia.

Rom 8:11 Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.

Coherederos con Cristo

Rom 8:12 Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa.

Rom 8:13 Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán.

Rom 8:14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.

Rom 8:15 Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!»

Rom 8:16 El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.

Rom 8:17 Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria.

Gloria futura

Rom 8:18

La gloria futura

De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros.

Rom 8:19 La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios,

Rom 8:20 porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza

Rom 8:21 de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Rom 8:22 Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto.

Rom 8:23 Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo.

Rom 8:24 Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?

Rom 8:25 Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia.

Rom 8:26 Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.

Rom 8:27 Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios.

Rom 8:28

Más que vencedores

Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman,[e] los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.

Rom 8:29 Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.

Rom 8:30 A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.

Amor eterno de Dios

Rom 8:31 ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?

Rom 8:32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?

Rom 8:33 ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica.

Rom 8:34 ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

Rom 8:35 ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?

Rom 8:36 Así está escrito: «Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!»[f]

Rom 8:37 Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

Rom 8:38 Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios,[g] ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes,

Rom 8:39 ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

Salmo 136

Para siempre es su misericordia

Sal 136:1

Den gracias al SEÑOR, porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:2 Den gracias al Dios de dioses; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:3 Den gracias al SEÑOR omnipotente; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:4 Al único que hace grandes maravillas; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:5 Al que con inteligencia hizo los cielos; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:6 Al que expandió la tierra sobre las aguas; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:7 Al que hizo las grandes luminarias; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:8 El sol, para iluminar[a] el día; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:9 La luna y las estrellas, para iluminar la noche; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:10 Al que hirió a los primogénitos de Egipto; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:11 Al que sacó de Egipto[b] a Israel; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:12 Con mano poderosa y con brazo extendido; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:13 Al que partió en dos el Mar Rojo;[c] su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:14 Y por en medio hizo cruzar a Israel; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:15 Pero hundió en el Mar Rojo al faraón y a su ejército; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:16 Al que guió a su pueblo por el desierto; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:17 Al que hirió de muerte a grandes reyes; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:18 Al que a reyes poderosos les quitó la vida; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:19 A Sijón, el rey amorreo; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:20 A Og, el rey de Basán; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:21 Cuyas tierras entregó como herencia; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:22 Como herencia para su siervo Israel; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:23 Al que nunca nos olvida, aunque estemos humillados; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:24 Al que nos libra de nuestros adversarios; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:25 Al que alimenta a todo ser viviente; su gran amor perdura para siempre.

Sal 136:26 ¡Den gracias al Dios de los cielos! ¡Su gran amor perdura para siempre!