Día 282
14 Jesús & el Reino
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Hechos 8-12
Nuestro video sobre Hechos cap. 8-12 explora cómo el Espíritu de Dios transformó a los seguidores de Jesús de un pequeño colectivo de judíos mesiánicos en Jerusalén a un movimiento multiétnico que se extendió rápidamente por todas las naciones.
Hechos 7
Discurso de Esteban
Hch 7:1
Discurso de Esteban ante el Consejo
—¿Son ciertas estas acusaciones? —le preguntó el sumo sacerdote.
Hch 7:2 Él contestó: —Hermanos y padres, ¡escúchenme! El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando éste aún vivía en Mesopotamia, antes de radicarse en Jarán.
Hch 7:3 “Deja tu tierra y a tus parientes —le dijo Dios—, y ve a la tierra que yo te mostraré.”[a]
Hch 7:4 »Entonces salió de la tierra de los caldeos y se estableció en Jarán. Desde allí, después de la muerte de su padre, Dios lo trasladó a esta tierra donde ustedes viven ahora.
Hch 7:5 No le dio herencia alguna en ella, ni siquiera dónde plantar el pie, pero le prometió dársela en posesión a él y a su descendencia, aunque Abraham no tenía ni un solo hijo todavía.
Hch 7:6 Dios le dijo así: “Tus descendientes vivirán como extranjeros en tierra extraña, donde serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años.
Hch 7:7 Pero sea cual sea la nación que los esclavice, yo la castigaré, y luego tus descendientes saldrán de esa tierra y me adorarán en este lugar.”[b]
Hch 7:8 Hizo con Abraham el pacto que tenía por señal la circuncisión. Así, cuando Abraham tuvo a su hijo Isaac, lo circuncidó a los ocho días de nacido, e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas.
Hch 7:9 »Por envidia los patriarcas vendieron a José como esclavo, quien fue llevado a Egipto; pero Dios estaba con él
Hch 7:10 y lo libró de todas sus desgracias. Le dio sabiduría para ganarse el favor del faraón, rey de Egipto, que lo nombró gobernador del país y del palacio real.
Hch 7:11 »Hubo entonces un hambre que azotó a todo Egipto y a Canaán, causando mucho sufrimiento, y nuestros antepasados no encontraban alimentos.
Hch 7:12 Al enterarse Jacob de que había comida en Egipto, mandó allá a nuestros antepasados en una primera visita.
Hch 7:13 En la segunda, José se dio a conocer a sus hermanos, y el faraón supo del origen de José.
Hch 7:14 Después de esto, José mandó llamar a su padre Jacob y a toda su familia, setenta y cinco personas en total.
Hch 7:15 Bajó entonces Jacob a Egipto, y allí murieron él y nuestros antepasados.
Hch 7:16 Sus restos fueron llevados a Siquén y puestos en el sepulcro que a buen precio Abraham había comprado a los hijos de Jamor en Siquén.
Hch 7:17 »Cuando ya se acercaba el tiempo de que se cumpliera la promesa que Dios le había hecho a Abraham, el pueblo crecía y se multiplicaba en Egipto.
Hch 7:18 Por aquel entonces subió al trono de Egipto un nuevo rey que no sabía nada de José.
Hch 7:19 Este rey usó de artimañas con nuestro pueblo y oprimió a nuestros antepasados, obligándolos a dejar abandonados a sus hijos recién nacidos para que murieran.
Hch 7:20 »En aquel tiempo nació Moisés, y fue agradable a los ojos de Dios.[c] Por tres meses se crió en la casa de su padre
Hch 7:21 y, al quedar abandonado, la hija del faraón lo adoptó y lo crió como a su propio hijo.
Hch 7:22 Así Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en palabra y en obra.
Hch 7:23 »Cuando cumplió cuarenta años, Moisés tuvo el deseo de allegarse a sus hermanos israelitas.
Hch 7:24 Al ver que un egipcio maltrataba a uno de ellos, acudió en su defensa y lo vengó matando al egipcio.
Hch 7:25 Moisés suponía que sus hermanos reconocerían que Dios iba a liberarlos por medio de él, pero ellos no lo comprendieron así.
Hch 7:26 Al día siguiente, Moisés sorprendió a dos israelitas que estaban peleando. Trató de reconciliarlos, diciéndoles: “Señores, ustedes son hermanos; ¿por qué quieren hacerse daño?”
Hch 7:27 »Pero el que estaba maltratando al otro empujó a Moisés y le dijo: “¿Y quién te nombró a ti gobernante y juez sobre nosotros?
Hch 7:28 ¿Acaso quieres matarme a mí, como mataste ayer al egipcio?”[d]
Hch 7:29 Al oír esto, Moisés huyó a Madián; allí vivió como extranjero y tuvo dos hijos.
Hch 7:30 »Pasados cuarenta años, se le apareció un ángel en el desierto cercano al monte Sinaí, en las llamas de una zarza que ardía.
Hch 7:31 Moisés se asombró de lo que veía. Al acercarse para observar, oyó la voz del Señor:
Hch 7:32 “Yo soy el Dios de tus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.”[e] Moisés se puso a temblar de miedo, y no se atrevía a mirar.
Hch 7:33 »Le dijo el Señor: “Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa.
Hch 7:34 Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse, así que he descendido para librarlos. Ahora ven y te enviaré de vuelta a Egipto.”[f]
Hch 7:35 »A este mismo Moisés, a quien habían rechazado diciéndole: “¿Y quién te nombró gobernante y juez?”, Dios lo envió para ser gobernante y libertador, mediante el poder del ángel que se le apareció en la zarza.
Hch 7:36 Él los sacó de Egipto haciendo prodigios y señales milagrosas tanto en la tierra de Egipto como en el Mar Rojo, y en el desierto durante cuarenta años.
Hch 7:37 »Este Moisés les dijo a los israelitas: “Dios hará surgir para ustedes, de entre sus propios hermanos, un profeta como yo.”[g]
Hch 7:38 Este mismo Moisés estuvo en la asamblea en el desierto, con el ángel que le habló en el monte Sinaí, y con nuestros antepasados. Fue también él quien recibió palabras de vida para comunicárnoslas a nosotros.
Hch 7:39 »Nuestros antepasados no quisieron obedecerlo a él, sino que lo rechazaron. Lo que realmente deseaban era volver a Egipto,
Hch 7:40 por lo cual le dijeron a Aarón: “Tienes que hacernos dioses que vayan delante de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabemos qué pudo haberle pasado!”[h]
Hch 7:41 »Entonces se hicieron un ídolo en forma de becerro. Le ofrecieron sacrificios y tuvieron fiesta en honor de la obra de sus manos.
Hch 7:42 Pero Dios les volvió la espalda y los entregó a que rindieran culto a los astros. Así está escrito en el libro de los profetas: »“Casa de Israel, ¿acaso me ofrecieron ustedes sacrificios y ofrendas durante los cuarenta años en el desierto?
Hch 7:43 Por el contrario, ustedes se hicieron cargo del tabernáculo de Moloc, de la estrella del dios Refán, y de las imágenes que hicieron para adorarlas. Por lo tanto, los mandaré al exilio”[i] más allá de Babilonia.
Hch 7:44 »Nuestros antepasados tenían en el desierto el tabernáculo del testimonio, hecho como Dios le había ordenado a Moisés, según el modelo que éste había visto.
Hch 7:45 Después de haber recibido el tabernáculo, lo trajeron consigo bajo el mando de Josué, cuando conquistaron la tierra de las naciones que Dios expulsó de la presencia de ellos. Allí permaneció hasta el tiempo de David,
Hch 7:46 quien disfrutó del favor de Dios y pidió que le permitiera proveer una morada para el Dios[j] de Jacob.
Hch 7:47 Pero fue Salomón quien construyó la casa.
Hch 7:48 »Sin embargo, el Altísimo no habita en casas construidas por manos humanas. Como dice el profeta:
Hch 7:49 »“El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué clase de casa me construirán? —dice el Señor—. ¿O qué lugar de descanso?
Hch 7:50 ¿No es mi mano la que ha hecho todas estas cosas?”[k]
Hch 7:51 »¡Tercos, duros de corazón y torpes de oídos![l] Ustedes son iguales que sus antepasados: ¡Siempre resisten al Espíritu Santo!
Hch 7:52 ¿A cuál de los profetas no persiguieron sus antepasados? Ellos mataron a los que de antemano anunciaron la venida del Justo, y ahora a éste lo han traicionado y asesinado
Hch 7:53 ustedes, que recibieron la ley promulgada por medio de ángeles y no la han obedecido.
La lapidación de Esteban
Hch 7:54
Muerte de Esteban
Al oír esto, rechinando los dientes montaron en cólera contra él.
Hch 7:55 Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios.
Hch 7:56 —¡Veo el cielo abierto —exclamó—, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!
Hch 7:57 Entonces ellos, gritando a voz en cuello, se taparon los oídos y todos a una se abalanzaron sobre él,
Hch 7:58 lo sacaron a empellones fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo. Los acusadores le encargaron sus mantos a un joven llamado Saulo.
Hch 7:59 Mientras lo apedreaban, Esteban oraba. —Señor Jesús —decía—, recibe mi espíritu.
Hch 7:60 Luego cayó de rodillas y gritó: —¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado! Cuando hubo dicho esto, murió.
Hechos 8
Saúl asola la Iglesia
Hch 8:1 Y Saulo estaba allí, aprobando la muerte de Esteban.
La iglesia perseguida y dispersa
Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria.
Hch 8:2 Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
Hch 8:3 Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.
Felipe anuncia a Cristo en Samaria
Hch 8:4
Felipe en Samaria
Los que se habían dispersado predicaban la palabra por dondequiera que iban.
Hch 8:5 Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les anunciaba al Mesías.
Hch 8:6 Al oír a Felipe y ver las señales milagrosas que realizaba, mucha gente se reunía y todos prestaban atención a su mensaje.
Hch 8:7 De muchos endemoniados los espíritus malignos salían dando alaridos, y un gran número de paralíticos y cojos quedaban sanos.
Hch 8:8 Y aquella ciudad se llenó de alegría.
Simón el Mago se hace creyente
Hch 8:9
Simón el hechicero
Ya desde antes había en esa ciudad un hombre llamado Simón que, jactándose de ser un gran personaje, practicaba la hechicería y asombraba a la gente de Samaria.
Hch 8:10 Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, le prestaban atención y exclamaban: «¡Este hombre es al que llaman el Gran Poder de Dios!»
Hch 8:11 Lo seguían porque por mucho tiempo los había tenido deslumbrados con sus artes mágicas.
Hch 8:12 Pero cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, tanto hombres como mujeres se bautizaron.
Hch 8:13 Simón mismo creyó y, después de bautizarse, seguía a Felipe por todas partes, asombrado de los grandes milagros y señales que veía.
Hch 8:14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de que los samaritanos habían aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Hch 8:15 Éstos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo,
Hch 8:16 porque el Espíritu aún no había descendido sobre ninguno de ellos; solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Hch 8:17 Entonces Pedro y Juan les impusieron las manos, y ellos recibieron el Espíritu Santo.
Hch 8:18 Al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero
Hch 8:19 y les pidió: —Denme también a mí ese poder, para que todos a quienes yo les imponga las manos reciban el Espíritu Santo.
Hch 8:20 —¡Que tu dinero perezca contigo —le contestó Pedro—, porque intentaste comprar el don de Dios con dinero!
Hch 8:21 No tienes arte ni parte en este asunto, porque no eres íntegro delante de Dios.
Hch 8:22 Por eso, arrepiéntete de tu maldad y ruega al Señor. Tal vez te perdone el haber tenido esa mala intención.
Hch 8:23 Veo que vas camino a la amargura y a la esclavitud del pecado.
Hch 8:24 —Rueguen al Señor por mí —respondió Simón—, para que no me suceda nada de lo que han dicho.
Hch 8:25 Después de testificar y proclamar la palabra del Señor, Pedro y Juan se pusieron en camino de vuelta a Jerusalén, y de paso predicaron el evangelio en muchas poblaciones de los samaritanos.
Felipe y el eunuco etíope
Hch 8:26
Felipe y el etíope
Un ángel del Señor le dijo a Felipe: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino del desierto que baja de Jerusalén a Gaza.»
Hch 8:27 Felipe emprendió el viaje, y resulta que se encontró con un etíope eunuco, alto funcionario encargado de todo el tesoro de la Candace, reina de los etíopes. Éste había ido a Jerusalén para adorar
Hch 8:28 y, en el viaje de regreso a su país, iba sentado en su carro, leyendo el libro del profeta Isaías.
Hch 8:29 El Espíritu le dijo a Felipe: «Acércate y júntate a ese carro.»
Hch 8:30 Felipe se acercó de prisa al carro y, al oír que el hombre leía al profeta Isaías, le preguntó: —¿Acaso entiende usted lo que está leyendo?
Hch 8:31 —¿Y cómo voy a entenderlo —contestó—si nadie me lo explica? Así que invitó a Felipe a subir y sentarse con él.
Hch 8:32 El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era el siguiente: «Como oveja, fue llevado al matadero; y como cordero que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca.
Hch 8:33 Lo humillaron y no le hicieron justicia. ¿Quién describirá su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra.»[a]
Hch 8:34 —Dígame usted, por favor, ¿de quién habla aquí el profeta, de sí mismo o de algún otro? —le preguntó el eunuco a Felipe.
Hch 8:35 Entonces Felipe, comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, le anunció las buenas nuevas acerca de Jesús.
Hch 8:36 Mientras iban por el camino, llegaron a un lugar donde había agua, y dijo el eunuco: —Mire usted, aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?[b]
Hch 8:37 --
Hch 8:38 Entonces mandó parar el carro, y ambos bajaron al agua, y Felipe lo bautizó.
Hch 8:39 Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor se llevó de repente a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, pero siguió alegre su camino.
Hch 8:40 En cuanto a Felipe, apareció en Azoto, y se fue predicando el evangelio en todos los pueblos hasta que llegó a Cesarea.
Salmo 122
Vamos a la casa del Señor
Sal 122:1
Cántico de los peregrinos. De David.
Yo me alegro cuando me dicen: «Vamos a la casa del SEÑOR.»
Sal 122:2 ¡Jerusalén, ya nuestros pies se han plantado ante tus portones!
Sal 122:3 ¡Jerusalén, ciudad edificada para que en ella todos se congreguen![a]
Sal 122:4 A ella suben las tribus, las tribus del SEÑOR, para alabar su nombre conforme a la ordenanza que recibió Israel.
Sal 122:5 Allí están los tribunales de justicia, los tribunales de la dinastía de David.
Sal 122:6 Pidamos por la paz de Jerusalén: «Que vivan en paz los que te aman.
Sal 122:7 Que haya paz dentro de tus murallas, seguridad en tus fortalezas.»
Sal 122:8 Y ahora, por mis hermanos y amigos te digo: «¡Deseo que tengas paz!»
Sal 122:9 Por la casa del SEÑOR nuestro Dios procuraré tu bienestar.